Carlos del Pozo

La vida en una página

Reivindicación del humor

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Hace unas semanas tuve la suerte de recibir un premio de novela en Extremadura. La cosa tenía para mí especial emotividad porque se trataba de la cenicienta de mis obras, una historia que había escrito cuatro años atrás y que, pese a los esfuerzos para que se publicara, dormía el sueño de los justos en un cajón. Me da vergüenza reconocer el número de premios a los que la había presentado y el de editoriales que la rechazaron, pero al final, como en los happy end americanos, todo salió a pedir de boca: el premio éste era más importante que la mayoría de premios a los que antes la había presentado y la novela tendrá un edición hermosa y cuidada.
           Dos de los componentes del jurado, Luis Mateo Díez y José María Merino, egregios miembros de la Real Academia de la Lengua, me transmitieron después del fallo su sorpresa -agradable, en todo caso- por tratarse de una novela de humor. Decían que nadie hoy día publica novelas de humor, y que a los premios -de varios de cuyos jurados ellos forman parte- no suelen concurrir novelas influenciadas por la literatura de humor de los años treinta,  al estilo de Mihura o Jardiel Poncela.
           Yo al escribir esa novela nunca fui consciente de beber en esas fuentes. Y sin embargo se estaba hablando de autores que siempre he admirado, que leo y releo desde hace treinta años y de los que creo que me queda muy poco por conocer. A unos les da por la novela histórica, a otros por el género policíaco o amoroso, y a mí, que pretendo ser algo más modesto, por el humor sin tapujos, por un humor visceral que al tiempo cuente una historia interesante y plantee algunas cuestiones que serían muy diferentes tratadas desde otro prisma.
           Ése y no otro es el humor que subyace en lo que se ha llamado
la otra Generación del 27. La que pasó a la historia y a los libros de texto es la de los poetas, en algunos casos sobredimensionando méritos y hallazgos. Esta otra, formada en su mayor parte por escritores del bando vencedor en la Guerra Civil, siempre fue mal vista por la progresía al uso, que incluso esperó pocos años para tildar a ese puñado de excelentes autores -Jardiel, Mihura, Tono, López Rubio o Neville- como aburridos, pelmazos o simplemente anticuados. Lo cierto es que su estrella, que empezó a declinar a mediados del siglo veinte, no ha tenido demasiados continuadores.
           Junto a ellos, aunque más centrados en la narrativa o el periodismo yo destacaría a dos escritores gallegos: Wenceslao Fernández Flórez y Julio Camba. Las novelas y las columnas parlamentarias de Fernández Flórez son simplemente sublimes, y las crónicas mundanas de Camba son no sólo el origen de tanta literatura de viajes después elevada a los altares, sino la aparición de nuevos géneros -es el caso de
La Casa de Lúculo- como el gastronómico. Todo ello aderezado por un humor delicioso como no podía ser de otro modo en alguien, como este último, que vivió durante varios años en una habitación del Hotel Palace de Madrid.
           En cine el testigo lo tomaron bien temprano Luis García Berlanga y su guionista de cabecera, Rafael Azcona. El primero con media docena de las mejores comedias del cine español y el segundo con un centón de guiones excelentes y una obra literaria reducida por las circunstancias alimenticias de su autor. Luego, algo de ello pudo haber en las primeras películas de García Sánchez y en alguna de José Luis Cuerda, sobre todo en
Amanece que no es poco, obra de culto donde las haya. Después, algunas cosas de Fernando Trueba y poco más. Y en el mundo del espectáculo, tras la desaparición de Miguel Gila y Tip y Coll, nadie ha recogido el testigo. Puede que Martes y Trece fuesen sus continuadores, pero quienes les sucedieron tomaron de su humor la vertiente más zafia y facilona.

           No parece que sean éstos tiempos abonados al humor y, sin embargo, creo que el humor hoy día lo necesitamos más que nunca. Alguien dijo que el humor lo inventó el hombre para olvidarse de la tragedia que vivimos cada día. Y yo me pregunto: ¿no es hora ya de resucitarlo? Parece que las circunstancias actuales resultan de lo más propicio.