Carlos del Pozo

La vida en una página

La vida en un vuelo

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Me gusta ese programa de televisión, El paisano. Al principio se llamaba así y lo presentaba Pablo Chiapella, luego se tituló La paisana conducido por Eva Hache -bastante peor, dicho sea de paso-, y ahora vuelve al título primitivo de las manos de Edu Soto. La fórmula es sencilla: una persona visita un pequeño pueblo de la España vacía durante dos días, charla con sus vecinos, conoce sus costumbres y admira los paisajes que envuelven el villorrio. El formato lo inventó una productora danesa, que se lo vendió, entre otros, a la catalana Brutal Media. Ésta, en 2013, comenzó a grabar programas para Televisió de Catalunya y ya lleva siete temporadas de éxito. En 2018, Brutal Media comenzó a producir para TVE la misma fórmula. En TV3 se llama El foraster -el forastero- y en TVE El paisano. Las interpretaciones al respecto de la diferencia de denominaciones quedan a la voluntad y el capricho del lector.
En uno de los últimos episodios protagonizados por Eva Hache, el programa visitaba la localidad de Oña, un pequeño pueblo de la provincia de Burgos de poco más de mil habitantes y cercano a los límites con el País Vasco. Allí conoció la presentadora al dueño de un bar, a un pescador, a un enamorado de los pájaros y también probó la legendaria morcilla de Burgos. Pero a mí lo que más me llamó la atención fue una hermosísima historia de amor, la protagonizada por dos vecinos del pueblo, Visi e Ignacio.
Visi tiene ochenta y dos años e Ignacio noventa. Son dos de los cinco vecinos de una pedanía de Oña. Pese a que llevan juntos sesenta y seis años -tres de novios, y sesenta y tres de casados- Visi dice que todo este tiempo se les ha hecho cortísimo a los dos.
Nos seguimos queriendo igual que el primer día, presume. También nos descubre que siguen durmiendo juntos en la misma cama y que, aunque durante una época probaron a dormir en camas separadas, al final decidieron volver a lo clásico. Como reconoce la buena mujer, no nos hacíamos a ello.
No tienen ambos reparo en proclamar que el uno sin el otro no son nada. Y también que cuando más separados estuvieron -o menos juntos, según se mire- fue cuando Ignacio compró una cosechadora y se tenía que ir con ella todas las mañanas a ganarse la vida. Por la forma de explicarlo, parece como si Visi sintiera celos retrospectivos de esa cosechadora. Pero no, porque ella a lo que se refiere es a que la suma de los dos es infinitamente más que ambos separados. Y lo remata con una frase:
Juntos levantamos montañas, pero separados, nada.
Ciertamente va a costar cada vez más encontrar parejas de este calibre. Entre separaciones, divorcios y viudedades resultará raro y dificultoso que existan parejas tan longevas como la de Oña, porque sesenta y seis años son muchos años. Y eso que ellos dos, Visi e Ignacio, la pareja de Oña, no deja de insistir que todos estos años se les han hecho cortísimos. Y muy gráficamente Visi asegura:
Se nos ha pasado la vida en un vuelo.

Habrá que creerla.