Carlos del Pozo

La vida en una página

Todos los nombres

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Lo de ponerle nombre a un hijo resulta en la mayoría de las ocasiones cuestión bastante peliaguda y no exenta de cierta polémica. Partiendo de la base de que los padres de la criatura suelen estar más o menos de acuerdo en el nombre con que distinguir a su retoño, la intervención de los suegros de uno y otro bando, hermanos, cuñados, padrinos y amigos no suele añadir demasiada paz a la decisión final. Y entre medias están esos conocidos o saludados, a quienes nadie les ha dado vela en el alumbramiento, que se permiten opinar sobre lo adecuado o inadecuado del nombre elegido, acerca de si es bonito o feo, actual o trasnochado, y hasta si ese nombre les recuerda a una profesora nefasta que tuvieron o al peor de los compañeros de su colegio.
A mí me gusta mi nombre, no sólo porque es el mismo de mi padre, sino porque también creo que es hermoso, lo he llevado siempre con orgullo y a los que me quieren es un nombre que también les gusta. Pero el nombre se lleva toda una vida y la vida suele ser muy larga, y lo que un día fue moda, treinta años después puede resultar extraño, excéntrico o simplemente arcaico. Una solución es que el mismo interesado busque -si no encuentra correcto cómo fue inscrito en el Registro Civil- un apodo con el que atenuar la congoja que le causa el propio nombre. En este sentido recuerdo que un compañero de Facultad me contó hace años que a su tío los abuelos de mi amigo le pusieron Leopoldo de nombre al nacer, y que el sujeto en cuestión se hizo llamar
Polín desde bien pequeño, una solución correcta pero con fecha de caducidad ya que cuando contaba cincuenta años, en el Banco donde trabajaba, todo el mundo le seguía llamando Polín, algo que resultaba bastante más grotesco que la supuesta fealdad de su legítimo nombre.
El Fútbol Club Barcelona es un equipo que, para desgracia de muchos madridistas -y mayor desdicha de los que vivimos en Cataluña-, ha cosechado repetidos triunfos los últimos años. Sus jugadores, últimamente, no sólo se han mostrado muy eficaces a la hora de perforar la meta contraria sino también concibiendo rapaces junto a sus parejas: en los últimos meses han nacido ni más ni menos que siete vástagos, lo que da una idea de lo aplicados que se han mostrado dentro y fuera del campo esos chicos. Por eso quizá sería aconsejable pararnos a analizar los nombres que han puesto a las criaturas, que desde ya aclaro que han sido seis niños y una niña. Y lo aclaro porque cuando vean los nombres no siempre les resultará sencillo distinguir el sexo de los angelitos.
El que inauguró la rueda fue Thiago, el hijo de Messi y su novia, tal vez un homenaje a uno de sus compañeros de trabajo. Después vino el pequeño de Piqué y Shakira, un wakaniño al que llamaron Milan, seguramente homenajeando al equipo al que se enfrentaba el Barça esa semana en Champions. El de Víctor Valdés se llama Kai y nos aseguran que es varón, cosa que no pondremos en duda. Luego está Luca, el hijo de David Villa, y Nathan, el del otro portero, Pinto, ese señor cuya melena remata con una larga e impecable trenza. También ha nacido estos días Brian, el hijo de Pedrito, a quien si no le gusta el nombre y para emular a su padre puede ser llamado Brianito en los primeros años de vida. Y finalmente está la niña, llamada Lia, que es la hija que Cesc Fàbregas ha concebido junto a una modelo libanesa doce años mayor que él llamada Daniella.

No sabemos qué se dirá de estos nombres dentro de cincuenta años. A lo mejor son los que más se ponen y ya nadie entonces se llama José, Juan, Jaime o Alberto. Quién sabe. El caso es que no estaremos para contarlo, lo cual resulta todo un alivio.