Carlos del Pozo

La vida en una página

La Navidad empieza en Linares

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Hace unos días veíamos en los telediarios unas imágenes bellísimas. En Linares, la segunda ciudad más poblada de la provincia de Jaén, el Ayuntamiento había organizado un acto para celebrar la llegada de la navidad. Quinientos músicos locales -muchos de ellos niños-, reclutados en el Conservatorio de la ciudad, acompañaban a Raphael, el linarense más universal, que cantó con ellos en la Plaza del Ayuntamiento un villancico legendario, El tamborilero.
Este villancico atesora una historia curiosa. Se ha dicho que tiene orígenes checos, pero también franceses -los franceses, como siempre, inventándolo todo-, paunque fue en 1941 una profesora de música norteamericana, Katherine Kennicot Davis, quien adaptó la pieza como hoy la conocemos, titulándola The little drumer boy. La canción la interpretaron desde Frank Sinatra hasta Bing Crosby -éste último también en un insólito dúo con David Bowie-, pero en nuestro país está indisolublemente unida a la figura de Raphael, y puede asegurarse que no hay navidad que se precie sin Raphael y su tamborilero.
Estuve en Linares hace unos años con motivo de la presentación de un libro de relatos que contenía un cuento mío. Me acompañó Albert, un buen amigo de Mataró, y pude visitar, a primera hora de la mañana, la plaza de toros donde perdió la vida Manolete, setenta años atrás, embestido por un toro llamado Islero. La presentación del libro se hizo en EntreLibros, una magnífica librería comandada por Javier Soler junto a su mujer y su hermano, y que constituye un extraño caso de supervivencia heroica: una librería de catálogo y novedades en la ciudad con mayor índice de paro de toda España que desde hace más de tres décadas sigue en pie. Nos trataron estupendamente y desde entonces uno lleva a Linares en su corazón.
Pero ese video de Raphael cantando ese villancico en la Plaza del Ayuntamiento de Linares me ha recordado irremisiblemente mi infancia. Cuando llegaba la Navidad, mi padre ponía en marcha su viejo magnetofón de cintas marrones y colocaba la correspondiente a El tamborilero interpretado por Raphael. Sería capaz de recitar su letra con la misma eficacia que en el colegio memorizaba los poemas de Bécquer o Espronceda. La Navidad no empezaba hasta que mi padre no desempolvaba su magnetofón y colocaba la cinta de El tamborilero. Y me recuerdo con la boca abierta -tanto la mía como la de mi hermano Javi- escuchando el villancico y siguiendo el compás que mi padre marcaba con sus manos, como si dirigiera una orquesta imaginaria, ro-po-pom-pom, ro-po-pom-pom, ro-po-pom-pom.

Los días se teñían de blanco, el aire transportaba el aroma de los turrones y las peladillas, el colegio estaba clausurado por tres semanas y la incertidumbre no existía. Probablemente éramos felices.