Carlos del Pozo

La vida en una página

Los últimos fareros

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Hace poco vi un reportaje televisivo donde se abordaba la realidad de los fareros, esos vigías de los mares y océanos encargados del buen devenir de la navegación marítima. Me sorprendió saber que es una profesión en vías de extinción porque conforme se van jubilando sus miembros, la administración no repone el puesto. Sus cometidos, tras la jubilación, los desempeñan a medias el poder de las tecnologías y unos trabajadores llamados técnicos de señalizaciones marítimas. Ya la denominación se aleja con claridad del encanto y la melancolía que siempre ha desprendido el trabajo de un farero.
Nuestra Real Academia de la Lengua define al farero como el empleado o vigilante de un faro. No se han roto la cabeza nuestros académicos a la hora de la definición. Aparte de fareros, en muchas ocasiones se les denominó atalayeros y torreros de faros. La profesión echó a andar en el siglo XVIII y se transmitía hereditariamente de padres a hijos, exigiéndose en la mayor parte de los casos cierta experiencia como marineros. En 1851 se creó el Cuerpo de Torreros de faros y ese mismo año se promulgó un Reglamento que desarrollaba su funcionamiento y competencias. También se crea la primera Escuela Práctica en La Coruña -la famosa Torre de Hércules-, que tres años después se desplazará al Faro de Machichaco y finalmente a Madrid. A finales de ese mismo siglo aparecen los primeros programas de estudios para los aspirantes y opositores a ingresar en el Cuerpo.
Tras la Guerra Civil, el farero es encuadrado en el llamado Cuerpo de Técnicos-Mecánicos de Señales Marítimas. El Cuerpo se suprime en 1992, que es el año en que se celebran las últimas oposiciones de acceso al mismo. Sus trabajadores son traspasados desde el Ministerio de Fomento a las diferentes autoridades portuarias, a las que se incorporan como personal laboral. A lo largo de toda su historia, la tecnología ha facilitado la vida de estos empleados. Pero al final ha acabado con ellos.
El faro y el farero han constituido materias primas muy jugosas para poetas y narradores, y también para pintores. Ahora seguramente ya son solo pasado, un pasado emotivo, hermoso, pero superado. A mí hay una canción de Serrat que me gusta mucho, Cada loco con su tema, en la que el cantautor dice ser más partidario de un buen polvo a un rapapolvo, de la razón frente a la fuerza, de besar antes que reñir, y también del farero de Capdepera frente al Vigía de Occidente. Una vez le preguntaron a Serrat el porqué de enfrentar a ambos y también que quién era ese farero de Capdepera. Capdepera es un pueblo precioso que está en la isla de Mallorca. Y Serrat dijo que cuando él y sus amigos eran muy jóvenes fumaban a los pies de ese hermoso faro unos estupendos porros, y a ese farero, que lo sabía porque el humo de la hierba ascendía hacia sus dominios, jamás se le ocurrió denunciarles o censurar esas prácticas.

Es una buena metáfora para una profesión que languidece.