El viaje de mi padre

Así se titula el último libro de Julio Llamazares, reputado escritor cuya obra abarca todos los palos de la creación literaria: novela, poesía, relato corto, artículo periodístico y literatura de viajes. A este último género pertenece El viaje de mi padre, aunque a diferencia de anteriores entregas -Tras os Montes, la Ribera del Duero, la vega del Curueño o las catedrales de España-, aquí nos entrega un libro diferente, personal y a ratos terrible.
Se trata del viaje que emprendió el padre del autor en plena guerra civil desde su pueblo de la montaña leonesa hasta la Sierra de Espadán, en la provincia de Castellón. Esto es, el hombre, en compañía de su amigo Saturnino y cientos de soldados más, atravesó España de oeste a este. Lo hizo tras alistarse como voluntario en el ejército autodenominado nacional. Y se da la circunstancia de que tenía otros tres hermanos varones: uno de ellos también luchó con los nacionales, en tanto que los otros dos lo hicieron en las filas republicanas. Lo que no viene sino a confirmar que aquél despropósito fue una guerra entre hermanos.
El libro recorre las estaciones del ferrocarril por donde pasó el padre del autor, muchas de ellas hoy inoperativas. Atravesó las provincias de León, Palencia, Soria, Zaragoza, Teruel y Castellón en uno de los más duros inviernos que se recuerdan, con temperaturas de hasta 30 grados bajo cero. Y vivió, junto a su inseparable Saturnino, la batalla de Teruel, la más sangrienta y atroz de las que nos deparó nuestra guerra. También la más absurda: una de las capitales más pequeñas de España cambió de dominador tres veces, y nadie se explica cómo Franco dedicó tanta munición y tanto soldado a un territorio de escasa importancia estratégica.
La narración va avanzando con la visita del autor por todas las poblaciones de paso. Es un retrato también de la España vacía porque, salvo en el caso de Zaragoza -donde el protagonista descansa tras la batalla de Teruel-, el resto de localidades han ido a menos con los años y presentan graves problemas de despoblación. El retablo de personajes que Llamazares describe, con el estilo de sus otros libros de viajes -recuerdos de Pla, Cela o Espinàs-, no tiene tampoco desperdicio, y el humor con que los trata mucho menos.
“Como sucede siempre, cuando mi padre me contaba esas historias de la guerra, yo no le hacía demasiado caso. Ahora me arrepiento”, asegura Llamazares. Algo de eso me ha ocurrido a mí; mi padre murió hace casi diez años y ahora le preguntaría muchas cosas de su pasado que seguramente él alguna vez explicó y, o bien apenas atendí, o no recuerdo. Le dediqué mi primer libro definiéndolo como eterno contador de historias porque en verdad así era, pero al faltarme me quedo huérfano no solo de él sino de todo lo que me explicó y no recuerdo y aquello que nunca me llegaría a contar. Una verdadera pena.