Nostalgia de los quioscos

Desde bien joven me llamó sobremanera la atención la prensa escrita. En casa no aparecía mucho, pero cuando íbamos a la peluquería consumía con avidez los periódicos deportivos -As y Marca- en la espera antes de ser rasurado, y también, lo confieso, las revistas del corazón. Y desde bien pronto se me metió una cosa en la cabeza: cuando me ganara la vida por mí mismo, cada día compraría, al menos, un periódico. Hasta entonces empleé mis menguados ahorros en darme el lujo, de vez en cuando, de comprar periódicos y revistas en aquellas semanas en que el cuadro de gastos era capaz de soportar un extra. Y aquello constituía un disfrute difícil de explicar.
Cumplí por fin mi sueño y compré cada día El País, que ha sido mi periódico de referencia durante más de tres décadas. Los fines de semana lo complementaba con otros diarios, dependiendo del suplemento literario o del colorín de los domingos. Solían ser ABC y El Mundo. Más adelante compatibilicé mi periódico de referencia con La Vanguardia, e incluso en una época en que no estaba de acuerdo con la línea editorial que tenía El País me pasé al diario de los Godó. Fue por poco tiempo, pues pronto volví al redil.
Pero llegó internet, y con él, el boom de las versiones digitales de los diarios, y a partir de entonces dejé de comprar prensa, al menos cada día. Generalmente, la gente que no lee nada -me refiero básicamente a libros y literatura- suele esgrimir como disculpa que no tiene tiempo para ello. Eso es lo que me pasaba a mí: que dejé de comprar periódicos porque decía que no tenía tiempo para leerlos porque gran parte de ese tiempo lo empleaba en leer libros y en escribirlos. Era más cómodo y rápido meterte en el ordenador o el móvil y pinchar allí las noticias. Pero como dirían los de Martes y Trece, es igual pero no es lo mismo.
Sin embargo, algunos días volvía a comprar periódicos dependiendo de acontecimientos de la actualidad en los que quería profundizar. En los diarios digitales, salvo que estés suscrito, muchas noticias están vetadas al lector ocasional. En mi nuevo trabajo, en el paseo desde la salida del Metro a mi juzgado -unos doce minutos de trayecto- había tres quioscos y un Opencor donde también se vendía prensa escrita, y de vez en cuando hacía uso de ellos. Pero en los últimos tres años han desaparecido esos tres quioscos, y en ellos durante meses hay un cartel que reza SE TRASPASA. El Opencor lo cerraron también la pasada semana, con lo que ahora tengo una indiscutible disculpa para no comprar periódicos. Igual que las cabinas de teléfonos, los afiladores, los serenos, los mapas y callejeros de las ciudades y las tiendas de ultramarinos, los quioscos han pasado a ser una reliquia del pasado.
Aunque todo hay que decirlo: es una verdadera pena.