Carlos del Pozo

La vida en una página

El gran Jaime

Jaime DA

Hace unas semanas moría Jaime de Armiñán. Lo hacía a los noventa y siete años y su muerte ha pasado un tanto desapercibida en los medios de comunicación. El programa Secuencias que dirige Moisés Rodríguez en el canal 24 H le dedicó un emotivo programa, pero los obituarios de los medios digitales se limitaron a recordarle como el director de Mi querida señorita y la serie televisiva Juncal. Escaso bagaje para un tipo que fue autor y director de teatro, creador de series de televisión, escritor, articulista y, sobre todo, un magnífico director de cine.
Armiñán comienza como autor de teatro, cosechando en este campo dos importantes galardones, el Premio Calderón de la Barca y el Lope de Vega. A finales de los sesenta debuta en el cine con Carola de día, Carola de noche, protagonizada por una Marisol ya adulta, pero será en 1972 cuando nos entregue su primera obra maestra, Mi querida señorita, candidata al Óscar de Hollywood y groseramente plagiada por Dustin Hoffman en su Tootsie. Ese año deja de estrenar teatro para volcarse en el cine y la televisión, géneros que irá alternando.
El cine de Armiñán, que es lo que a mí me interesa más, es un cine emotivo, tierno y delicado, pero escasamente consagrado a la lágrima. Pergeña historias en ocasiones imposibles, no por falta de verosimilitud, sino por una cierta negación del consentimiento desde la sociedad hacia sus personajes. Ejemplos de ello están en El amor del Capitán Brando, que muestra la inviable relación entre una maestra interpretada por una voluptuosa Ana Belén y su alumno de doce años. O en El nido, con la hipnotización mutua que sufren un anciano al que da vida Héctor Alterio y una adolescente interpretada por Ana Torrent. Incluso en Nunca es tarde, película muy poco conocida del director, que narra el brutal enamoramiento que sufre una mujer de setenta años por un joven treintañero que vive con su pareja en el piso de enfrente.
Hay más películas destacables. En septiembre, retrato de su generación, o Stico, que estrenaron cuando yo estudiaba Derecho; a todos nos sorprendió un anuncio anónimo en la prensa que decía: Catedrático de Derecho Romano se ofrece como esclavo. Era la publicidad de una película cuyo argumento era ése. También Mi general, primera película tras la muerte de Franco en que se trata el tema del estamento militar pasado por el tamiz del humor, o La hora bruja, un duelo interpretativo de altura desde el triángulo formado por Concha Velasco, Paco Rabal y Victoria Abril. Y también, cómo no, alguna película más que olvidable.
Armiñán era, además, un excelente escritor. Novelas y relatos aparte, yo destacaría de esta faceta sus memorias -La dulce España- y un par de libros que publicó en Nickelodeon, la editorial de José Luis Garci, los titulados Cine de la Flor y Diario en blanco y negro. En ellos y en sus páginas rezuma su amor al cine ligado a sus más remotos recuerdos, los de la niñez y la juventud. Un cine que ya no está entre nosotros, el de las sesiones dobles y los cines de barrio. Igual que ya no tenemos entre nosotros a uno de los mejores directores que ha dado el cine español.