Carlos del Pozo

La vida en una página

El poeta de la Barceloneta

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Hace un par de semanas, algunos sueltos de la prensa digital se hacían eco de la muerte del legendario Bernardo, el músico bohemio de la Barceloneta. Muy popular en los chiringuitos y merenderos de la playa de este barrio barcelonés durante los setenta y ochenta, Bernardo alcanzó cierta notoriedad con la llegada de las televisiones privadas en los noventa, cuando apareció en algunos programas de la cadena Telecinco.
Bernardo se llamaba Bernardo Cortés Maldonado, y había nacido ochenta y tres años atrás en Jaén. De su corto periplo en la ciudad andaluza se sabe poco, tan solo que en un campeonato de mecanografía se alzó con la primera plaza al registrar quinientas veintitrés pulsaciones por minuto. Son años difíciles de hambre y posguerra, y el hombre se ve obligado a emigrar. Así, en 1952 llega a Barcelona a bordo de
El Sevillano, el mítico tren que trasladó a Cataluña desde Andalucía a decenas de miles de personas en busca de un futuro menos turbio. Al cabo de poco tiempo decide probar suerte en Europa y durante ocho años se emplea en trabajos ocasionales por Bélgica, Suiza y Francia. Regresa a Barcelona, y con el dinero obtenido por esos empleos funda una empresa de derribos junto a un amigo, el mismo amigo que muere en un accidente cuando ambos trabajaban en la construcción del Metro en Sarrià. Bernardo entonces cae en una profunda depresión, liquida la empresa y comienza a tener serios problemas con el alcohol.
Pero nuestro héroe no se va a rendir fácilmente. A finales de los setenta comienza, guitarra en mano, a actuar en los chiringuitos de la Barceloneta amenizando las comidas de turistas y domingueros y pasando el platillo al final de cada actuación. En el Salamanca y en La Mari se hace muy popular repartiendo sus tarjetas de visita: una foto con su guitarra, su nombre completo, el título de
polifacético, al que siguen el de escritor, poeta, cantautor y rapsoda, y una dirección y un teléfono de Olesa de Montserrat. Mientras tanto, por las noches consagra sus horas a escribir poemas sobre el amor, la muerte y su barrio de adopción.
Su primera aparición en televisión data de 1985, en un programa de la desconexión catalana de la 2 llamado
Plàstic. Su verdadero descubridor es, sin embargo, Alfonso Arús, que lo recluta para La casa por la ventana, y el que le catapulta a la fama Valerio Lazarov, que le hizo aparecer en Qué gente tan divertida, ya en Telecinco junto a la vedette Loreto Valverde. Pero, sobre todo en Cataluña, será recordado por un personaje caricaturesco que interpretaba Oriol Grau y que concibió la factoría de Andreu Buenafuente. Se llamaba Palomino y exageraba el físico de Bernardo, ya de por sí escasamente agraciado: orejas superlativas, gafas oscuras de cristales enormes, pelambrera oleaginosa. Siempre pensé que la parodia fue desafortunada y creo que el mismo Bernardo nunca vio con buenos ojos esa degradación de su figura.
Recuerdo verle en algunas ocasiones, ahora hace diez años, en Can Balada, una tienda de discos de ocasión de la calle Pelayo ya clausurada, muy cerca de la vieja sede de
La Vanguardia. Bernardo escrutaba meticulosamente las novedades de cada semana acercando los CDs a sus ojos de abundantes dioptrías. Se me ha quedado esa imagen grabada a fuego durante estos años, y ahora que he sabido que ha fallecido solo y abandonado en una habitación del Hospital del Mar he pensado que ese tipo, cantante de día y poeta de noche, tenía sin duda, como tantos otros, una novela.
Dicen que en sus últimos días no hacía más que repetir unos versos aparecidos en uno de esos libros de poemas que se autoeditaba con lo que ganaba pasando el platillo en los chiringuitos. Decía así: Si algún día falto / y sé que faltaré de donde estoy / Si alguien me quiere / que ponga en mi fosa: / Un humilde poeta yace aquí / cantor de mar, piedras y gaviotas. No son unos versos deslumbrantes, pero no cabe duda de que son sinceros. Descanse en paz.