Carlos del Pozo

La vida en una página

Garcine

Garcine

Así se llama la exposición que el madrileño Centro Cultural Conde Duque dedica hasta octubre a José Luis Garci, el director que ganó el primer Oscar concedido a una película hablada en español. Se titulaba Volver a empezar, se estrenó en 1982 y la vimos cuatro tontos en el cine Coliseum de la Gran Vía, de cuya cartelera fue retirada a las pocas semanas. Un año más tarde vino el Oscar y se repuso con notable éxito, convirtiéndose en uno de los clásicos del cine español.
Nadie hasta entonces había ganado un Oscar en España, aunque todo el mundo hablaba del que obtuvo Luis Buñuel con El discreto encanto de la burguesía en 1972. Pero esa película era francesa y hablada íntegramente en francés, y Buñuel, pese a haber nacido en Calanda, el pueblo turolense de los tambores, era más mejicano que español y más francés que aragonés. No en vano hacía ya muchos años que se había nacionalizado mexicano y es muy escasa la obra que rodó en España; aparte de sus primeros filmes, sólo destacan Viridiana -que no se estrenó hasta entrada la democracia por mor de la censura- y Tristana.
La exposición Garcine recorre palmo a palmo todo el universo Garci: su barrio de Salamanca, el boxeo, el fútbol, y sobre todo el cine. Nos recibe a la entrada una estatua del gran Humprey Bogart embutido en su gabardina de Casablanca, y después podemos contemplar las colecciones de cromos de fútbol, los programas de los cines de barrio, los carteles de sus películas, fotos de sus rodajes y su legendaria Underwood, con la que escribió sus guiones. Hay una gratitud admirable hacia sus padres, en especial a su padre, a quien dedica Volver a empezar, ya que el personaje de Antonio José Albajara, el protagonista de la película interpretado por Antonio Ferrandis, se basa en la figura de un amigo del padre de Garci, poeta, que al final de la Guerra Civil fue trasladado a un campo de concentración en el sur de Francia. De su padre recuerda que era capaz de llevarle un domingo al Museo del Prado y al siguiente a la Plaza de las Ventas para ver boxear a Fred Galiana.
Desde su primera película, Asignatura pendiente, he sentido una especial debilidad por el cine de Garci. Cuando era un estudiante sin blanca solía reservar mis escasos recursos monetarios para acudir a sus estrenos en el mítico Coliseum, y es rara la película de él que no me ha emocionado y también muy pocas las que no he visto más de una vez. Garci es el cine de los sentimientos en una época muy determinada, la de nuestra transición, pero con la inevitable herencia del franquismo latente, una época en la que nacieron todos sus personajes. Es, además, un tipo en el que una mirada muy personal navega por esos recovecos aderezados por una banda sonora que supura las más hondas emociones. Y cuando el cine emociona es cuando más auténtico se ofrece.
Un pero a la exposición. O más de uno. No hay catálogo de la misma, ni tan siquiera un triste folleto explicativo. Y el libro que se ha publicado con motivo de la muestra, Garci, asignatura aprobada, no se vende en el Conde Duque. Te mandan a una librería de la cercana calle del Limón, pretenciosamente autodenominada librería alternativa, que un día de diario a las seis y media de la tarde estaba cerrada sin ningún cartel que explicara la clausura. Imperdonable.