Carlos del Pozo

La vida en una página

Héroes

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Me ha sorprendido lo suyo una noticia que apareció hace algunos días en la prensa y en la que se explicaba la peripecia de un niño francés que a los nueve años fue abandonado por su madre y vivió solo en la casa familiar durante dos años. Ocurrió en Nersac, un pueblecito de Aquitania, en el suroeste del país vecino, de 2.000 habitantes. Su madre se fue a vivir a otro pueblo con su nueva pareja y el chaval se quedó en casa solo, pero a diferencia de Macaulay Culkin en la famosa película, sin luz ni agua caliente y con la nevera vacía.
El caso es que el muchacho seguía acudiendo al colegio muy limpio y aseado, y además sacaba buenas notas. Sobrevivía a base de pequeños robos de latas de conserva, frutas y bollos. También hurtando los tomates del huerto de unos vecinos. La madre venía por casa muy de vez en cuando y le traía algo de comida. Del padre nada se sabe; ni estaba ni se le esperaba. Y el caso es que, aunque los vecinos y compañeros de colegio sospechaban algo, ninguno lo denunció a las autoridades. Tuvo que ser la madre la que se delatara, al solicitar una ayuda para alimentos y descubrir la encargada de servicios sociales -a la sazón alcaldesa de la población- que los alimentos eran para ella y su pareja, no para su hijo.
De esta historia que pone la piel de gallina extrae uno dos hechos: que los pueblos no son esos paraísos donde todo el mundo se conoce y ayuda -al contrario que las deshumanizadoras ciudades-, pero también que el ser humano para sobrevivir es capaz de todo con tal de seguir con vida y dignidad. El niño éste es un claro ejemplo.
También estas semanas se pasea por las pantallas de cines y televisiones La sociedad de la nieve, la última película de Juan Antonio Bayona, candidata a dos Óscar y a varios premios Goya. Es una película magnífica que recomiendo vivamente. La historia ya la conoce todo el mundo: hace cincuenta años, un equipo de rugby formado por jóvenes estudiantes uruguayos, sufrió un accidente aéreo en plenos Andes argentinos, estrellándose en medio de la nieve. Murieron muchos de ellos y el resto sobrevivió durante 72 días, soportando temperaturas bajísimas y alimentándose comiendo la carne de sus compañeros fallecidos. Del suceso se hizo un mediocre libro y una mala adaptación al cine, pero Bayona ha logrado ahora una película redonda en la que, huyendo del morbo, retrata con maestría la resiliencia -ese término tan de moda últimamente- y el instinto de supervivencia por parte de los hombres, su lucha contra todo tipo de reveses y la fe inquebrantable que todo ser racional proyecta sobre el irrenunciable deseo de vivir.
En una sociedad como la nuestra, atravesada por las guerras, la estupidez de los gobernantes y el desprecio por el planeta en el que vivimos, tenemos aquí dos ejemplos claros para poder seguir creyendo en el ser humano. Y todos deberíamos seguir con firmeza y valentía ese ejemplo.