Carlos del Pozo

La vida en una página

Los Goya en soledad

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Creo que no me he perdido ninguna de las galas de entrega de los premios Goya de todos estos años, y eso que ya van treinta ediciones celebradas. Para mí ver esa ceremonia tiene el mismo significado de cuando mis padres, mi hermano y yo veíamos en casa el festival de Eurovisión, que era todo un acontecimiento en la televisión única y sin colores, y que desde que se balcanizó para mí ha perdido todo su interés. Tanto es así, que hasta parece que hemos sucumbido y, después de muchos años de ser de los pocos países que presentaban canciones en su lengua oficial, este año nuestra representante cantará en inglés. Que le aproveche.
La ceremonia de los Goya, sin embargo, sigue manteniendo la emoción, el interés y la diversión que tuvo desde el principio, aunque creo que el espectáculo ahora es bastante mejor, y prueba de ello fue el ejemplo del sábado pasado, el más dinámico que yo he visto nunca, sin apenas descansos y con los ganadores intentando ser breves en sus discursos, salvo el del mejor cortometraje de animación, en que los cinco premiados hablaron más tiempo que lo que duraba su corto. Impecable Dani Rovira como presentador, puede que también -con permiso de Corbacho y de Buenafuente- la mejor presentación de estas tres décadas, evidenciando sus potentes dotes de improvisación, burlón y hasta permitiéndose desaparecer del escenario por mor de la genialidad de ese mago llamado Jorge Blass.
Desde hace varios años veo esa ceremonia con mi hija Marina. Se ríe mucho con mis comentarios y se asombra de mis vaticinios en el momento de abrir el sobre del ganador, porque suelo fallar poco. Nos quedamos siempre hasta el final, más allá de la madrugada, muertos de sueño pero satisfechos por el espectáculo contemplado. A ella le fascina el glamour de los vestidos de las actrices y la planta de algunos actores, mientras que a mí me hace gracia la cara de póker del ministro de turno, si es que comparece. Por cierto que, el del otro día, aunque en funciones, sí lo hizo.
Este año en cambio he visto los Goya en soledad porque mi hija estaba de viaje. No sé si pudo ver la gala por el canal internacional de TVE, pero me imagino que de ser así no habría sido lo mismo que verlo con su padre. Para mí, pese a disfrutar mucho de esa ceremonia, desde luego que tampoco fue lo mismo que haberla contemplado junto a ella. Aunque quizá lo peor es que ella ya no va a volver a disfrutar ya de su abuelo, de su avi, su avichuelo, que nos ha dejado esta semana. Eso ya no lo arregla nadie, ni los Goyas, ni los viajes ni un padre y una hija disfrutando con un programa de televisión.
Lo que sí espero es ver la gala con ella el año que viene. Comentaremos los vestidos de las actrices, lo mayores que están algunos actores, haremos apuestas sobre quién puede ganar éste o aquél premio. Y se nos hará la madrugada en un santiamén, que es el síntoma más palpable de que uno ha alcanzado la felicidad y quiere compartirla con sus seres queridos. Con todos, con los que están entre nosotros y con aquellos que por desgracia ya no pueden hacerlo.